¿Sabías que en la Antigua Unión Soviética el Estado elegía tu profesión por ti?
Haciendo un alegato al “bien común”, las autoridades asignaban trabajos a los individuos según las necesidades del régimen, que planificaban de forma arbitraria y centralizada.
Lo cierto es que -aunque ellos no alcanzasen a entenderlo- las personas no somos todas iguales. Cada uno de nosotros tenemos diferentes habilidades, intereses, ambiciones y circunstancias a nuestro alrededor. Obviar esta realidad se traduce sencillamente en una pésima asignación de recursos.
Y no sólo tú profesión, sino que el Partido Comunista controlaba la vida de las personas hasta tal punto que las libertades individuales era prácticamente inexistentes. Algunos ejemplos de ello:
– Libertad de expresión y de pensamiento.
– Libertad de asociación.
– Libertad de prensa.
– Movilidad social limitada.
Sería sencillo entrar a comparar cada uno de estos puntos con acontecimientos actuales, pero te dejo ese ejercicio a ti…
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A medida que el Estado se hace más grande, aumenta el grado de opresión y supresión de libertades individuales, lo que resulta en mayores incentivos para el individuo para tratar de encontrar una vía de escape. La razón es tan simple como que la búsqueda de la libertad es inherente a la naturaleza del ser humano (hay para quién no, pero a esos les dedicaré un capítulo aparte).
Esta huida del sistema a menudo se traducía en la creación de estructuras paralelas, donde la gente aspiraba a tener cierto nivel de autonomía personal al margen del control estatal. Por supuesto no era fácil su creación, ya que todo aquel que lo intentaba era perseguido, encarcelado o ridiculizado públicamente por considerarse disiente al régimen. ¿Te suena de algo?
La proliferación de estas estructuras paralelas fue sin duda un factor determinante para la caída del bloque, como así lo fueron la ya mencionada ineficiente asignación de recursos o la destrucción de la moneda vía inflación. Por supuesto hay muchos otros factores como el creciente nacionalismo étnico de territorios no rusos o eventos clave como la caída del muro de Berlín y la derrota en la Guerra Fría, pero no nos engañemos: la Unión Soviética colapsa porque era un absoluto desastre, y el régimen hacía aguas por todos sitios.
Uno de los ejemplos más notorios de estructura paralela tiene lugar en Rumanía, donde el dictador comunista, Nicolae Ceaușescu gobernaba el país con mano de hierro. Tras visitar algunos países asiáticos como Corea del Norte, Mongolia y China, nuestro amigo Nico vuelve a su país cargado de fabulosas ideas que ansía implementar.
Estas se tradujeron en nuevas leyes como la prohibición de “ideas extranjeras”, así como abolición de la libertad cultural, de expresión y pensamiento. Por supuesto -por las razones expuestas anteriormente- cuanto más se recrudecía el nivel de opresión y censura, mayor era el nivel de rechazo por parte de la sociedad.
Privar a la población de saber cómo funcionaba el mundo exterior, era crucial para el dictador en su afán de someter al pueblo. En un claro ejemplo de control de la narrativa, Nicolae prohibió la posesión y distribución de cualquier tipo de contenido occidental, como películas y libros.
¡A grandes problemas grandes oportunidades!
El hecho de prohibir algo no hace más que crear recelo por parte de la gente que quiere acceder a este contenido sin importar lo estrictas que sean las leyes y restricciones. Esto se traduce en una creciente demanda, y donde hay demanda inexorablemente surgirá oferta.
Teodor Zamfir supo ver la oportunidad y se dedicó a importar de contrabando películas occidentales, que posteriormente traducía al rumano. La demanda siguió creciendo y al tiempo se convirtió en uno de los empresarios más ricos y poderosos de Rumanía. No obstante, no es su riqueza su mayor legado, sino el hecho de que sus películas se convirtieron en pieza clave para la eventual revolución en Rumanía. Esto lo explicaba él mismo en una entrevista que otorgó en 2015:
“Durante la revolución de 1989, todo el mundo estaba en las calles porque sabían que había una vida mejor ahí fuera. ¿Cómo? Por las películas” (Teodor Zamfir).
Para quién no sepa el resto de la historia: el 20 de diciembre de 1989 Ceaușescu se disponía a dar un discurso en televisión, prometiendo mejoras para calmar los ánimos de revolución. El pueblo no se lo permitió. Los ciudadanos pudieron ver en directo desde sus casas como los manifestantes entraban en los estudios de grabación y le arrebataban el poder para devolvérselo a la gente. ¡La revolución fue televisada!
El dictador trató de huir del país junto a su mujer, pero fueron arrestados y entregados al ejército. Tras un juicio rápido fueron condenados a muerte y fusilados el día de Navidad.
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¿Y qué tiene que ver todo esto con el momento actual?
¿Acaso estoy incitando a una revolución violenta?
¿Estamos promoviendo la práctica de actividades ilícitas, creación de mercados negros o economía sumergida?
ROTUNDAMENTE NO.
Nuestra solución es mucho más sutil y estamos convencidos de que mucho más efectiva:
Votar con nuestro dinero.
Y la sociedad paralela que proponemos, no es más que un movimiento de personas que nos negamos a tragar con la dictadura de pensamiento a la que pretenden someternos nuestros gobernantes mediante la censura y control de la narrativa. En cambio, defendemos el derecho a la privacidad, la libertad de expresión y la soberanía personal. En definitiva, apostamos por LA LIBERTAD.
Las crecientes similitudes actuales con aquel periodo nos pueden dar una idea de hacia dónde nos dirigimos si no echamos el freno. Por citar algunas:
– Cupos de equidad → pésima asignación de recursos.
– Inflación descontrolada → destrucción de la moneda.
– Recorte de libertades individuales amparándose en el “bien común”.
Si te estás planteando que esta vez el resultado será diferente, mi respuesta es: